Historias desde Kathmandu Beats…
Todo está en el mismo sitio, todo está tal y cómo lo recordaba: el tiempo, así parece, se ha quedado atrapado en un bucle. Si cierras los ojos y de repente, los vuelves a abrir, casi que no han pasado 6 años desde que llegaste por primera vez, algo cansado y polvoriento, a Kathmandu. Es como vivir un dejá vu, pero consciente de que, casi imperceptiblemente, algo es diferente: la ciudad sigue allí, frenética y aparentemente calma, contemporáneamente. Si buscara una palabra, una sola, para definirla, diría: suspendida.
A pesar de mi emoción, la atmósfera vaporosa de las calles y el calor todavía húmedo de aquellos días de Noviembre, me envuelven, y me anestesian. Camino entre las gentes y los turistas, observando a mi alrededor, como si no estuviera allí: paseo sin rumbo, cruzo Durbar Square, paso al lado de la Freak Street, y continúo. Son más sensaciones, olores y rumores: percibes, más que ves.
Suspendida, dije. Entre el presente, que no se quiere ir y parece aferrarse al pasado, y el futuro, que está allí, pero no llega. Lo puedes casi tocar, pero siempre está un paso más lejos de lo que debería.
Las calles se entrecruzan, se ven menos turistas: los viajeros que quedan te saludan inclinando la cabeza, atisbando una sonrisa tan sosegada, como si tuvieran que guardar un secreto.
Con el atardecer, decido volver: Thamel, refugio de turistas y viajeros, está a más de una hora de camino. Seguro que me perderé un par de veces antes de dar con la ruta correcta. Pero así es cuando estás suspendido, y los rumbos que sigues, ni siquiera sabes porque los sigues.