Historias desde Icelandica…
Llovía una de aquellas lloviznas leves y monótonas, sin parar desde primeras horas de la mañana: son casi las 11hoo, pero Borgarnes parece adormecido. No importa, de todos modos: te pones el abrigo, bajas por Saeunnargata y después te desvías en Brákarbraut, hasta dar con el estrecho paseo de piedrecillas que sigue la línea irregular del fiordo, poco después del Settlement Center.
Era el 1979 cuando el maestro carpintero Björn H. Gudmundsson (1911 – 1998), comenzó a dar cuerpo a su obra. Bjössi, como lo conocían en Borgarnes, era hombre frugal y sencillo, seguramente idealista, seguramente romántico.
Según Björn, el respeto y el cariño que se le debe a la naturaleza es un principio esencial, básico para la educación de los más pequeños. El mismo carpintero, aconsejaba a los niños de no coger las flores, sino dejarles el tiempo de crecer.
Bjössaróló nace bajo estos ideales: un lugar hecho para los niños, construido con lo que la gente tiraba sin pensar qué podía volver a utilizarse y pintado en colores que se armonizaban con el entorno natural. Un lugar «man-made» fusionado con la naturaleza.
Eso es lo que ves cuando, unos diez minutos después de haber cogido aquel estrecho paseo de piedrecillas, entras en el circuito de pasadizos que, descubrirás unos momentos más tarde, es la entrada del parque. Un circuito que, en las ideas de Björn, tenía que enseñar a los niños que es mejor tomarse su tiempo, cuando se vive la vida.
El ligero tictac de la llovizna que te acompaña desde primera hora de la mañana y aquella luz tan rara que hay en estos días tan peculiares (una gozada para cualquier fotógrafo) añaden algo de magía al lugar, que casi puedes sentir que vive, Bjössaróló…